Flynn (I)

Flynn era una constructora. En los seis años que tenía de vida había construído miles y miles de castillos a base de sueños, con sus muros inquebrantables, millones de pasadizos en los que esconderse y estrellas brillando en el suelo y que desprendían chispas eléctricas que alimentaban las cosquillas. Cada vez que terminaba uno de sus rápidos proyectos corría y corría hasta encontrar a Marîe y ganarse su aprobación. Después, la invitaba a recorrer cada una de las hermosas habitaciones que componían los palacios (¡hasta visitaban los lugares más recónditos!). ¡Era tan feliz! Lo único que hacía que su corazón se resquebrajase mínimamente era el hecho de que sus padres no pudieran apreciar su trabajo. Porque su padre se había ido, según Marîe, a cazar estrellas muy, muy lejanas. Y su madre se pasaba las horas atentiendo a familiares, ¡porque todos los días llegaba a la casa un primo diferente al del día anterior! Negociaban y hablaban en la habitación de su madre toda la noche. Flynn tenía prohibido interrumpirlos, porque era de mala educación y su madre podía enfadarse.

Un día se había ido a la cocina a desayunar media hora antes de lo previsto. Buscó a tientas las galletas de chocolate que tanto le gustaban y que Marîe se empeñaba en esconder en el penúltimo estante de la alacena. Flynn, con sus rizos dorados rozándole los hombros y sus almendrados ojos alerta, se subió a una banqueta disputa a recoger el botín. Al bajar, se encontró con un hombre con el pecho al descubierto, musculoso. ¡Un salvaje! Sí, sí. Tantos primos tenían que proceder de lugares muy diferentes, de estrellas, de sueños, de desiertos, de montañas... Aquel foráneo debía de ser un salvaje. Sonrió.

(Este personaje ha nacido inspirado en Eli, 

si no conocéis su blog, no sé a qué estáis esperando :})