Miró de soslayo la cubierta del libro, repasando de nuevo el nombre de la novela que acababa de adquirir. Todos los martes, ese día de la semana en el que se levantaba con ganas de comerse el mundo, compraba un nuevo libro. Era un hábito que tenía desde seis años atrás. El Sol traspasaba los cristales de la cafetería, iluminando aquel local prácticamente vacío. Le encantaba paladear el café de la tarde, especialmente los martes. Se había casado siete años atrás en un martes cálido, su hijo había llegado al mundo un martes de primavera y mismo había conseguido una ascenso en la empresa un martes. Para él, ese día de la semana era una especie de fetiche, un día en el que todo lo que sucedía a su alrededor inspiraba felicidad. Pero aquel martes pasaría algo que cambiará su vida, algo que haría que el martes se tornase en un día de tristeza y de Amanda. Porque así se llamaba ella, aquella joven de mirada oscura como la noche que había entrado en la cafetería en aquel momento, con los ojos bañados en un mar de lágrimas.
— Un café con leche, por favor —pidió en la barra antes de dirigirse a la mesa contigua a la de Sam.
Apoyó los codos en la mesa, escondiendo la cabeza entre las manos con el inefectivo objetivo de que las miradas curiosas no se percatasen de aquel aura de tristeza que la envolvía.
Sam abandonó su asiento, dispuesto a acercarse a la joven. Mientras recortaba la distancia entre ellos, pudo admirar el brillo de su cabello castaño y ondulado que caía sobre los hombros de aquel cuerpo cubierto por un vestido estampado de flores. Sospechó que no tendría más de veintidós años.
— Lo siento por ser tan impertinente —Amanda alzó la cabeza para mirar al desconocido con desconcierto—. No te conozco y no sé el motivo de tu llanto. Pero hoy es el día en que tienes que demostrarle al resto del mundo que no hay nada que pueda desdibujar una sonrisa de tu cara.
Acto seguido, Sam salió de la cafetería, dejando propina en la barra y recibiendo una sonrisa de la camarera. Amanda siguió llorando. Las agujas del reloj marcaban las cinco y veintitrés cuando Alice, la camarera, depositó el café con leche que había pedido minutos antes.
Mas tierno.
ResponderEliminarA mi tambien me gusta ir a leer a las cafeterias. Algunas en particular suelen ser tan calmadas y tranquilas. Puedes leer sin que nadie te moleste.
Si. Ayer cuando Ethan estaba dando vueltas por mi cabeza sin un perfil psicologico aún, estaba pensando en sus relaciones interpersonales. En cuestión, su trastorno de personalidad no le permite relacionarse muy bien. Igual aún estoy pensando en resoluciones de como plantear su relación con Virgil :3
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar Rose.
que guachi, te sigo :)
ResponderEliminarQuiero que una Amanda aparezca en mi vida cuando yo llore de nuevo en la calle.
ResponderEliminarque suerte tiene Sam, que no la deje ir.
(Coma, te manda
polvo estelar en tarros
de mermelada, son especiales, eh.)
Que bonito ;)
ResponderEliminarbesitos!
bonito relato
ResponderEliminarMe encantó el trozito de texto:)
ResponderEliminar*-*
ResponderEliminarQue a Sam no se le escape una chica así, porque tristemente no hay muchas dispuestas a consolar a un chico que llore.
ResponderEliminar: )
Realmente hermoso, me imaginé cada movimiento en mi cabeza.
ResponderEliminarEs un placer leerte, ¿sabías? Sam es realmente tierno, de esas personas que desearías conocer al menos una vez en la vida
ResponderEliminar(y yo que odio los martes)
(plumas cian,
bien eléctricas)
Devolviéndoles a los Martes el respeto perdido. La gente suele opinar cosas malas de ellos, que es día de tragedias y que es mejor evitarlo, pero son sandeces. Los días son lo que nosotros hacemos de ellos.
ResponderEliminarYo también he hecho eso, calmar a desconocidos sólo porque me lo inspiran. Conocí a una gran persona de ese modo :)
Leer es un buen hábito y el café una buena compañía, los martes pueden ser mágicos, que hasta Marte se enamoraba.
ResponderEliminarLos martes son un día bien bonito :) Además me he imaginado justo la cafetería y el café bien caliente y me han entrado ganas de irme a leer a alguna :)
ResponderEliminar¡Un beso!
Encuentros de desconocidos en cafetería...me gusta, me gusta :)
ResponderEliminarMe encanta el hábito de Sam al comprar cada martes un libro.
ResponderEliminarUn tarro lleno de palabras maravillosas,
de esas que te roban una sonrisa
Es precioso, mágico, no sé describirlo...
ResponderEliminarSam me gusta, parece valiente y positivo. Y pobre chica, Amanda...
(besitos guapa, y gracias por pasar!)
Lo leí cuando lo publicaste pero no he podido comentar hasta ahora. Primera observación: sí que tiene que tener dinero para comprar un libro cada martes... aunque sea de bolsillo xD Lo digo porque coincidió que el pasado martes también adquirí nuevo material literario :)
ResponderEliminarCreo que Sam, aunque su intención fuera buena, no debería ser tan impulsivo xD, a pesar de que intenta animar a Amanda que venga un desconocido y diga algo así sin conocer los motivos ocultos que hay tras su tristeza...
=) Me ha gustado. Voy a leer la otra entrada. ¡Un saludo!^^